Teatro 1900-1940

Esquema

1. Introducción
-a) Contexto histórico y literario
-b) Panorama teatral
2. El teatro convencional
-a) La comedia burguesa: Jacinto Benavente.
-b) El teatro poético: Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa
-c) Teatro cómico:
-----Sainetes: Carlos Arniches
-----Astracán: Pedro Muñoz Seca
3. El teatro innovador
-a) Galdós
-b) Unamuno y Azorín
-c) Valle-Inclán
-d) Federico García Lorca
4. Conclusión.

Tema

Este periodo histórico, muy convulso desde el punto de vista político y social, en el que se vivió el final de la denominada Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República y que terminó trágicamente con la Guerra Civil, es también uno de los más fructíferos de nuestras letras, hasta el punto que se suele aludir a él como la “Edad de Plata”. Ello es sin duda así en la novela y en la poesía, pero el teatro no vivió un esplendor igual. La crítica coincide en señalar que frente a la vitalidad del género en cuanto a cantidad y variedad, la calidad fue más bien escasa.
Se suele indicar la existencia de dos grandes formas de teatro. Por un lado el que triunfaba en los escenarios: repetitivo, convencional, nada arriesgado, acrítico, dirigido a un público burgués que no estaba dispuesto a escuchar conflictos demasiado desagradables. Frente a él, hubo un teatro innovador, de calidad y transgresor, pero que no encontró más lugar de representación que las salas minoritarias y el rechazo del gran público.

Al primero pertenece Jacinto Benavente, el mejor representante de la comedia burguesa: dramas bien construidos, de diálogos ágiles pero sin conflictos de verdadera tensión. Pese al éxito que cosechó, hoy apenas se recuerdan de él piezas como “Los intereses creados” y “La malquerida”.

Una fórmula que tuvo también mucho éxito fue el llamado teatro poético. Eran dramas escritos en verso (de ahí el nombre) de escaso interés ya, pensados para un público deseoso de escenas lacrimógenas y asuntos patrióticos, que esperaban la declamación grandilocuente de unos actores famosos. A este teatro pertenecían géneros como el drama rural y la tragedia histórica y a él se dedicaron autores como Eduardo Marquina (“Las hijas del Cid”) o Francisco Villaespesa (Aben Humeya).

Hay que mencionar también los géneros cómicos. Carlos Arniches, pese a obras interesantes como el drama rural “La señorita de Trévelez”, fue famoso por sus sainetes, obras de un tono casticismo postizo, donde siempre triunfa la bondad. De éxito fue también el denominado “astracán”, piezas disparatadas donde lo único que se buscaba era el chiste. El mejor exponente fue Pedro Muñoz Seca, cuya “Venganza de don Mendo” se sigue representando hoy con éxito.
El otro teatro, el innovador, tiene su arranque con “Electra”, un ensayo de drama naturalista de Benito Pérez Galdós, que causó enorme revuelo y desagrado entre la burguesía bienpensante. El mismo tono de conflicto social comparte “Juan José”, de Joaquín Dicenta, que no obstante fue un gran éxito. Los autores de la Generación del 98 acogieron este teatro con entusiasmo y se propusieron regenerar el género. Así, tanto Azorín (“Old Spain”) como Unamuno (“Fedra”) escribieron obras donde condensaban sus temas recurrentes sobre España y el ser humano, pero cuya falta de talento escénico las condenó al fracaso.

La figura central de la generación fue Ramón María el Valle-Inclán, un auténtico hombre de teatro que se adelantó a su tiempo: aunque en vida apenas pudo estrenar, es hoy uno de los más valorados (y representados) en nuestro país. Empezó escribiendo dramas de corte modernista (“Cenizas”), pero pronto cultivó un teatro ambientado en su Galicia natal (“Las comedias bárbaras”) y farsas cómicas y a la vez muy críticas (“La reina castiza”). Sin embargo, su genial aportación a la Historia de la Literatura va a ser el Esperpento. Un teatro de raíz expresionista, que se servirá de la deformación grotesca para mostrar la flaqueza humana y la crueldad social. Es “Luces de Bohemia”, el mejor ejemplo. En ella, un poeta ciego pero sensible a la injusticia que le rodea, visita en su última noche distintos ambientes que recrean la sociedad española: zafia, interesada y sin grandeza.

También el grupo del 27 quiso trabajar en favor de la regeneración del teatro, que consideraban degradado. Alberti escribió obras de carácter neopopular (“La pájara pinta”), surrealistas (“El hombre desabitado”) o de intención social (“Fermín Galán”), pero quien realmente vino a revolucionar las tablas, reuniendo por fin el espíritu innovador y el éxito de público fue Federico García Lorca. Él sí consiguió un verdadero teatro poético, transgresor y contemporáneo, pero sin descuidar elementos necesarios como la tensión dramática, la profundidad de los personajes y la universalidad de los conflictos. Sus comienzos no fueron fáciles y obras primeras como “Mariana Pineda” tuvieron malas críticas. Peor suerte tuvo su teatro surrealista, que él llamó imposible (“El público”, “Así que pasen cinco años”). Tuvo que transigir escribiendo un teatro más al alcance del público, cercano al drama rural que tanto éxito tenía, para triunfar. “Bodas de sangre”, donde trata la pasión y el deseo prohibidos le catapultó a la fama, que creció con “Yerma”, la tragedia de una mujer estéril, y con “La casa de Bernarda Alba”, su última obra antes de que muriera fusilado en los primeros días de la Guerra Civil. En ella, quizá su mejor obra, retrata una sociedad rural española, hipócrita y cruel, a través de una familia de cinco hermanas gobernada con mano de hierro por su madre viuda.

La Guerra se llevó por delante un fértil periodo literario, cuyo teatro estuvo marcado por su carácter comercial, repetitivo y burdo que el público parecía pedir. Contra él se esforzaron, en general sin éxito, autores que buscaron el teatro de calidad, conectado a la modernidad europea y a las vanguardias, y que dieron a luz a unas pocas pero geniales excepciones a la mediocridad general.

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