Antes o después nos veremos en la
necesidad de poner por escrito alguna información. Una carta, un examen, una
reclamación... Quienes están habituados a ello lo harán eficazmente, seguro, pero
no son la mayoría. Son dos cosas las que entran en juego al escribir y no sé
cuál es más importante: por un lado, dejar claro lo que tenemos que decir; por
otro, causar buena impresión. Tras un texto escrito no hay derecho a réplica,
no hay aclaración posterior posible, no hay vuelta atrás. Y a hablar aprendemos
solos, pero a escribir no, por lo que es fácil cultivar defectos más o menos
gruesos que, de saberlo, hubiéramos querido evitar. Aquí enumeramos algunos
bastante frecuentes y que afean lo que debería ser sencillo, natural y
correcto: tu texto.
1) No hagas
frases del tamaño de párrafos.
Hay una nociva tendencia a pensar que escribir en un
estilo formal es ganar un concurso a ver quién hace la frase más larga. El
punto y seguido es una herramienta fundamental para que el lector te acompañe cómodamente
en la lectura de tu texto. No tengas miedo a las frases breves. Ni muy breves.
Si vienen bien, úsalas. Los mejores lo hacen.
2) No hagas
párrafos del tamaño de una frase.
Tendencia estrechamente unida a la anterior. Cuando
por fin nos llega la evidencia de que conviene cerrar la frase con un punto, no
nos lo pensamos: punto y aparte. ¿Por qué? Para abrir un nuevo párrafo hay que
tener una razón poderosa, debe ser obvio que introducimos un aspecto nuevo, que
hay un salto en la información. Abusar del número de párrafos en un texto es
dar una idea pobre de nuestra capacidad de estructurar. Escribir párrafos de
una sola frase, si no está prohibido, debería estarlo.
3) No me
digas lo que ya sé.
El arte de escribir bien es el arte de caminar por una
delgada franja. La que hay entre decir lo suficiente para que se nos entienda y
no decir lo que el lector ya sabe. El lector, aunque no lo creas, es
inteligente. Es capaz de deducir mucho y se aburre cuando lo tomas por tonto y le
repites y le aclaras lo que ya sabe. Omite lo omisible y usa los pronombres. Ahorra
los “ya que”, los “por lo tanto”, que son muy obvios, los superlativos que
agotan ("Hay gente que" dice lo mismo que "hay mucha gente que",
pero cansa menos), los adjetivos o los adverbios que no dicen nada. Lo que
puedas decir en dos palabras no lo digas en tres.
4) No me lo
pongas difícil.
Aunque pueda parecer contradictorio con el error
anterior, el lector prefiere leer un texto a un telegrama. Prefiere que le
faciliten la lectura a tener que interpretar un esquema. Igual que en un muro
no todo son ladrillos, en un texto no todo son sustantivos y verbos. Al lector
hay que suministrarle la información con conjunciones, conectores, expresiones
ilativas que unan unos párrafos con otros, unas ideas con otras, que guíen la
lectura. No se trata de hablar por hablar, ojo. Nada de palabrería, sino de dar
fluidez y cohesión a tu texto.
5) No digas
lo que no entiendes.
Un vocabulario pobre, vago o repetitivo causa mala
impresión, pero mucho peor es usar las palabras de modo incorrecto. Jamás
utilices una expresión de cuyo significado no estés seguro, te estás jugando
hacer el mayor de los ridículos.
6) No me
seas vulgar.
Un vulgarismo es una expresión que se desvía de la
norma estándar y que tiene poco prestigio entre los que se supone que hablan
bien. Quien los practica no habla peor ni es más tonto, pero se le juzgará así.
Injustamente, lo que quieras, pero así es la vida. Vulgarismos frecuentes en
textos escritos son el laísmo, el dequeísmo, el gerundio de posterioridad
("Presentó los presupuestos recibiendo numerosas críticas"),
oraciones con verbo en infinitivo ("Por último, decir que..."),
utilizar "el mismo" como pronombre ("El anuncio incluía una foto
del coche con las características del mismo"), etc.
7) No
confundas puntos y comas.
En un texto bien escrito, la puntuación es
transparente, el lector ni la nota. Encaja perfectamente en las pausas y
modulaciones de voz que el lector espera. Y estamos acostumbrados a leer textos
bien escritos, por lo que creemos que la puntuación es algo natural y
automático, que cae del cielo. Pero no. Exige conocimiento y atención. Un texto
mal puntuado no solo causa una pésima impresión, sino que a menudo no se
entiende y es abandonado. Lo más importante es saber distinguir bien entre
punto y la coma. Hay muchas reglas, pero con una basta: Lee tu texto fijándote
en la entonación. Si llegas a una pausa y el tono de tu voz se eleva, ahí va
una coma. Si el tono baja, un punto.
8) No seas
vago.
Nadie, ni Gabriel García Márquez puede permitirse
entregar un texto sin antes revisarlo. Da igual si es un artículo para un
periódico, un examen o un wasap: revisa. Y no se trata de leerlo otra vez y ya
está, sino de leerlo con ojos críticos, poniéndote en el lugar del lector. Él
solo dispone de tu texto para saber lo que quieres decir. Hay varios tipos de
errores. De menor a mayor importancia son: a) tipográficos: errores al escribir
en el teclado; b) ortográficos: hablarán muy mal de ti, pero no suelen ser un
problema para la comprensión del texto; c) de puntuación: agotan e irritan al
lector al exigirle puntuar él mismo a la vez que lee: d) de expresión: repeticiones,
incoherencias, cambios de sujeto, ausencia de un verbo conjugado, vulgarismos...
El lector te maldice y abandona, seguro.
Todo esto puede parecer banal a
quien ya escribe bien. Es más, para escribir muy bien hay que saber despreciar
estas y otras pautas y ser libre y dueño de un estilo. Pero al menos, si violas
una norma, que sea porque la conoces. En realidad, la única norma válida es que
al escribir, debes ser consciente del impacto que causas en el lector. Si tú
gobiernas, si tú dominas, lo demás no importa.
©Juan Torralba